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Gerontología ambiental, la llave que abre la puerta del envejecimiento activo y saludable

Las evidencias científicas señalan la importancia del ambiente en la longevidad de las personas y en la propensión a desarrollar patologías relacionadas con la edad. ¿Puede ser nuestro entorno físico y social una de las claves para envejecer mejor?

Horacio R. Maseda 13-06-2022

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El envejecimiento –hasta que la ciencia no demuestre lo contrario– es un proceso biológico irreversible. Sin embargo, y pese a que no podemos detenerlo, sí que podemos estudiar cuáles son las razones y los condicionantes que lo aceleran o lo atenúan. Para ello, contamos con un área de conocimiento cuyas investigaciones son todavía desconocidas para muchos y, sin embargo, están marcando el camino hacia una mejor compresión de la incidencia que tienen los ambientes a lo largo de la vida. ¿Qué podemos aprender y mejorar con la gerontología ambiental?

La gerontología ambiental estudia la relación entre el envejecimiento y el entorno físico y social en el que se desenvuelven las personas. Se trata de un campo con un enfoque multidisciplinar, en el que intervienen, entre otras, disciplinas como la psicología, el urbanismo, el diseño o la arquitectura, y cuyo objetivo no solo es conocer ese vínculo, sino analizarlo y optimizarlo. “Las evidencias científicas subrayan la importancia del ambiente en el envejecimiento, la longevidad y la propensión a desarrollar patologías relacionadas con la edad, como el Alzheimer, el cáncer…”, explica Diego Sánchez González, profesor en el departamento de Geografía de la Facultad de Geografía e Historia de la UNED, y uno de los mayores expertos en España sobre el tema. 
Sánchez González asegura que, en los últimos años, está creciendo en la comunidad científica el interés por esta disciplina, en la que los gerontólogos ambientales tratan de identificar “formas de ayudar a las personas a envejecer de manera activa y saludable en sus entornos cotidianos, maximizando sus oportunidades de desarrollo y bienestar en la vejez, y frente al edadismo”.

Para ello, los estudios se afanan en analizar y modificar, por un lado, los ambientes físicos, que se refieren tanto a entornos naturales como edificados (viviendas, residencias de mayores, hospitales, etcétera) e incluso a los espacios públicos y comunidades urbanas y rurales; y, por otro lado, los ambientes sociales, relativos a la forma de organizar y usar los lugares –en cuanto a los roles o las relaciones sociales– o según a las capacidades de las personas, su género y la cultura, “que determinan la adaptación y el apego de las personas mayores a sus lugares cotidianos”, señala Sánchez González. 

Para comprender los diversos ambientes y su relación con el envejecimiento, indica el profesor de la UNED, “en nuestras investigaciones desarrolladas en España y América Latina a lo largo de más de dos décadas, hemos implementado aproximaciones cualitativas y cuantitativas, como el uso de sistemas de información geográfica, drones, sensores ambientales y realidad virtual, para posibilitar un acercamiento exhaustivo”. El objetivo es llegar a controlar el ambiente para después poder influir en el bienestar físico y emocional de las personas mayores. 

Rosalía Chávez Alvarado, profesora-Investigadora en la Universidad de Quintana Roo, en México, pone varios ejemplos de este control del ambiente, como las estrategias que mejoran los ingresos en las residencias de mayores o la creación de pensiones de acceso universal en países que antes no las contemplaban. Tienen también esa misma finalidad el trato privilegiado a los senior en ciertos trámites administrativos o la apertura de tecnologías de fácil acceso. Sin embargo, todavía existen muchas parcelas en las que no se está teniendo en cuenta esta correlación entre ambiente y envejecimiento. 

Los retos están en la construcción de ciudades, que siguen expandiéndose sin generar espacios con habitabilidad para familias jóvenes y para envejecer en ellas. Se siguen permitiendo el hacinamiento, la diferenciación en el acceso a servicios básicos, la inseguridad de los barrios, la construcción de viviendas con materiales que obligan a un mayor gasto en energías para soportar las temperaturas, la falta de espacios abiertos para la sociabilización y, principalmente, acciones y estrategias en la planificación territorial para evitar construir y generar nuevas zonas de inundación”, enumera Chávez Alvarado. Además, el acceso universal al servicio médico, añade, “todavía es una esperanza en distintos países, principalmente, en los de menos recursos”. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud e instituciones internacionales mencionen que los servicios médicos debe de ser un derecho para las personas mayores, “las políticas de cada país han limitado este derecho”, asegura. 


EL AMBIENTE DE LAS RESIDENCIAS DE MAYORES TRAS LA COVID-19
El profesor Sánchez González remarca que, desde sus orígenes, la gerontología ambiental se ha interesado por los ambientes institucionalizados como las residencias de mayores o los centros de día, y ha demostrando que “el comportamiento de los residentes está determinado por la combinación del grado de presión ambiental y el nivel de competencia específico del sujeto”. Es decir, hay evidencias de que las características ambientales como la localización del centro, el diseño de sus instalaciones e incluso su organización interna condicionan la salud y calidad de vida de los residentes. “Nuestros estudios indican que las deficiencias en la localización se relacionan con un mayor riesgo de deterioro cognitivo debido a la exposición a peligros ambientales como la contaminación del aire o acústica, y por una menor participación de los residentes en la comunidad que les rodea”, indica.

La crisis sanitaria, que en algunos países va remitiendo, ha cambiado muchas áreas de investigación y ámbitos para siempre. Por supuesto, la gerontología ambiental no es una disciplina que se haya quedado al margen, al contrario, la Covid-19 es un nuevo factor a tener en cuenta. La profesora Chávez Alvarado explica que, “a partir de la globalización del virus, comenzó un desarrollo de estudios descriptivos sobre las posibles causas en el proceso de envejecimiento” y, con el paso del tiempo, advierte, “se han elaborado trabajos con evidencia empírica que ponen en el mapa de la gerontología ambiental la posibilidad de vivir de nuevo una crisis sanitaria, ya sea por un virus como la Covid-19 o por resultado del cambio climático”.

Si existe, en la actualidad, en España, un debate en torno a la necesidad de trazar un nuevo modelo residencial es, sin duda, debido a la reciente pandemia de la Covid-19, que “ha evidenciado los problemas de diseño, protocolo, gestión y atención de las residencias de mayores, sobre todo, aquellas con más residentes y construidas antes de 1980”, señala Sánchez González, que se muestra muy crítico con el sistema prepandemia español. “En estas instituciones la inadecuación de los diseños, la ineficiente gestión de los espacios y las carencias en equipamientos y servicios incrementaron la morbilidad y mortalidad por coronavirus de los residentes, así como el riesgo de deterioro funcional y cognitivo durante el confinamiento”. Por este motivo, continúa el profesor de la UNED, es necesario “favorecer una profunda revisión de los modelos de atención a la dependencia, a partir de nuevos paradigmas ambientales y una atención más personalizada y proactiva”. 

Es decir, la gerontología ambiental señala que las residencias deberán experimentar importantes cambios en sus ambientes y en su gestión, ambas encaminadas a atender las necesidades de las personas mayores. Sánchez González asegura que se precisa “toda una revolución de los sistemas de cuidados”, que debe contemplar “el desarrollo de instituciones con altos estándares de calidad a partir de nuevos diseños adaptados y estimulantes, con requisitos mínimos de espacio, organización y prestaciones”, aumentando el porcentaje de habitaciones individuales en los centros, con una mayor dotación de personal y con la construcción de más áreas verdes.

La gerontología ambiental demuestra que se pueden modificar los comportamientos dependientes y reducir riesgos para la salud como la ansiedad, la agitación, y el deterioro funcional y cognitivo mediante pequeñas modificaciones ambientales. Estas, explica Sánchez González, pueden ser “la incorporación de cambios en la forma en que se colocan los espacios, la frecuencia con la que las personas interactúan o qué tipo de estímulo obtienen del entorno”. Por ejemplo, “la iluminación, el color y la temperatura pueden favorecer que un residente dependiente pueda moverse de un espacio a otro sin necesitar de otras personas”, aumentando su independencia y disminuyendo la carga de trabajo del personal de un centro o el uso de sujeciones y de medicación en exceso en personas con demencias y trastornos del comportamiento. 

Según argumenta el profesor de la UNED, “cambiar la dinámica de las interacciones entre los ambientes y las personas mayores puede contribuir a que estas tomen sus propias decisiones y se sientan cómodas en el espacio cotidiano, tanto dentro como fuera de las instalaciones, para promover el envejecimiento activo y saludable en la comunidad”.

No obstante, la profesora Chávez Alvarado achaca algunos problemas actuales de los centros a una cuestión de percepción y mala praxis: “Aún hace falta una mayor sensibilización sobre lo que significa envejecer, entender y tener paciencia con quien sufre una disminución de capacidades motrices, verbales y psiquiátricas”. Además explica que, debido a una “indiscriminada administración de medicamentos para quitar el dolor”, han aumentando los problemas de salud mental en las personas mayores y, por ello, “se observa en el mundo una diferencia en la esperanza de vida de casi ocho años”, sobre todo “por la visión social e institucional que se tiene de las personas mayores”.  

Precisamente, la experta mexicana destaca que siguen existiendo grandes diferencias entre países ya que, en algunos, “el acceso a medicamentos todavía es un problema severo y, en las residencias de mayores se depende del pago de cuotas”. Chávez Alvarado señala que estas dificultades son más notorias en zonas como América Latina, el Caribe o África, en las que “se necesita contar con medicamentos, aparatos y capacitación de personal para lograr que las personas mayores se sientan satisfechas con la atención brindada y evitarles acudir a servicios externos que genera un gasto que la mayoría de las veces no logran cubrir”.


PERMANECER EN CASA
Fuera de los espacios no institucionalizados, que se refiere a las viviendas, domicilios y vecindarios –así como al entorno laboral– la gerontología ambiental también está contribuyendo a un mayor conocimiento del ambiente más óptimo. “La mayoría de las personas mayores prefieren envejecer en sus hogares, sin embargo, no suelen estar familiarizadas con las opciones de adaptación del entorno, así como carecen de medios y apoyos. Así, los problemas de diseño de las viviendas (barreras arquitectónicas, deficiente iluminación, ventilación, confort térmico), la pobreza de cuidados y las limitaciones de acceso a los servicios (ayuda a domicilio o salud) incrementan los riesgos para la salud de las personas mayores”, lo que deviene en soledad, depresión y deterioro funcional y cognitivo, incide Sánchez González. 

Justamente, la infrautilización de estos servicios por problemas de acceso y calidad se asocia con discapacidad, dependencia y exclusión social de la población envejecida. Al respecto, propone el profesor: “Es necesario revisar las políticas de envejecimiento en el hogar, a partir de un mejor conocimiento de las potencialidades del entorno, donde pequeños ajustes ambientales pueden suponer un recurso muy beneficioso para personas dependientes y sus cuidadores”. Además, añade, “es importante promover la participación proactiva de las personas mayores en el diseño y la gestión de las alternativas residenciales y de los servicios de proximidad, para favorecer la creación de lugares significativos en la vejez y evitar su reubicación”. 

El contacto con la naturaleza también mejora el comportamiento, la autonomía y reduce el deterioro cognitivo en el envejecimiento. Algunas investigaciones de gerontología ambiental, apunta Sánchez González, demuestran que “la implementación de programas de intervención psicosocial y ambiental basados en jardines terapéuticos, y a partir de cambios en el diseño de los espacios y en la estimulación ambiental, se asoció con una mejora de las habilidades cognitivas, una disminución de accidentes (caídas), y un menor deseo de cambiar de residencia de las personas mayores dependientes”. 

Los hallazgos señalan además que la exposición a determinados estímulos ambientales –ya sean elementos, colores, texturas, sonidos u olores–, que están presentes en los jardines, parques y paisajes naturales, “puede contribuir al tratamiento y la recuperación de personas con demencias, además de suponer una prometedora estrategia ambiental (no farmacológica) de promoción de la salud en la vejez”.

Otro lugar en el que pasamos mucho tiempo es en el entorno de trabajo, algo que irá en aumento debido a una mayor esperanza de vida y, por consiguiente, al retraso en la edad de jubilación. Cada vez trabajaremos más y con más edad. Esto, expone el profesor de la UNED, “exige una mayor atención y evaluación de los ambientes laborales en los programas de empleo para personas mayores”, ya que estudios como el realizado por Sánchez González, junto a Magdalena Medrano-Ramos (Universidad de Guadalajara) y Vicente Rodríguez-Rodríguez (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) –denominado ‘Condiciones del entorno laboral informal y sus implicaciones en el riesgo de depresión para personas mayores en Ciudad Juárez, México’– revelan que la inadaptación de los entornos físicos de trabajo por las barreras arquitectónicas o la deficiente iluminación “se relaciona con el riesgo de depresión y el aumento de los accidentes laborales entre los trabajadores de 65 y más años”. Sin duda, advierte, “es necesario promover la investigación, adaptar la legislación y desarrollar ambientes laborales físicos (construidos o virtuales) y sociales adaptados al envejecimiento de la población activa.

Sánchez González concluye que, aunque se está avanzando mucho en la comprensión de los ambientes y sus implicaciones en el envejecimiento, “a través de crear espacios integradores para promover que las personas se mantengan activas a cualquier edad y, especialmente, a edades avanzadas”, todavía se necesita sensibilizar a la sociedad y movilizar al mundo académico “sobre las enormes posibilidades que ofrece esta rama de la gerontología, y cuya investigación será esencial para el desarrollo de políticas sostenibles de envejecimiento”.




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