'Hay una dejación institucional y una interiorización, por parte de la población, del maltrato a los mayores'
En esta entrevista, el profesor de Sociología de la Universidad de Salamanaca remarca que "es necesario que se reduzca la carga negativa con la que se valora y se juzga a las personas mayores y se les pondere de una manera más justa, sin sesgar los análisis, como hasta ahora se está haciendo"
Pregunta.- Cuando hablamos de violencia hacia las personas mayores tenemos un escollo que salvar: la falta de datos o estudios sobre este problema. ¿Por qué cree que sigue existiendo esta invisibilidad si la comparamos con la violencia de género o la infantil, por ejemplo? En otras palabras, ¿por qué no se habla tanto de los malos tratos en los sénior?
Respuesta.- La cuestión que planteas siempre planea cuando hablo de maltrato en las personas mayores y es algo que siempre repito en mis clases, de hecho, la palabra que describe la discriminación a las personas mayores, “edaísmo o edadismo” (que procede de la palabra inglesa ageism) no se conoce tanto como otras etiquetas que se refieren a la discriminación de otros colectivos, como el racismo, la homofobia o el sexismo. Es más, hasta que no llegó la pandemia y los tristes sucesos acontecidos en las residencias ni siquiera se conocía la palabra “edaísmo” a nivel popular, tuvieron que suceder estos incidentes para que la ciudadanía empezará a tomar conciencia (aun hoy muy tímidamente) sobre este fenómeno. Respondiendo a tu pregunta, la respuesta es al mismo tiempo compleja y sencilla, la invisibilidad a la que te refieres responde a una discriminación, muy sútil pero muy arraigada, de las personas mayores. Es obvio que la discriminación de género existe (y su máxima expresión es el maltrato y la violencia) y también la discriminación de la infancia pero en ambos casos se están poniendo soluciones, hay recursos institucionales para paliar dichas lacras y hay una conciencias social sobre ambos fenómenos. En el caso de las personas mayores en absoluto, de hecho, a veces se justifica el maltrato, como en el caso de la negación de atención hospitalaria de personas mayores institucionalizadas (en el periodo más agresivo de la pandemia). Por lo tanto, podemos hablar de que hay tanto una dejación institucional, y una interiorización, por parte de la población general, del maltrato a las personas mayores. Es decir, en muchas ocasiones, los hijos maltratan a sus progenitores pero no saben que es maltrato, por ejemplo, cuando se infantiliza a un adulto (a una persona mayor) cognitivamente sano se está incurriendo en un tipo de maltato, en muchas familias se produce esa infantilización pero no se tiene la conciencia de que se trata de una acción que lleva al maltrato.
Por lo tanto, la falta de interés de la Administración pública por señalar y detectar el maltrato a las personas mayores, la valoración excesiva de la capacidad de consumo (y de la capacidad productiva) de los ciudadanos y la dificultad de la ciudadanía de ver a las personas mayores como adultos con plenitud de derechos hace que el maltrato a las personas mayores, en muchas ocasiones, se pase por alto y no se contemple ni se hable de él.
P.- ¿Cómo se puede revertir esa situación? Es decir, ¿cómo considera que se puede contribuir a la concienciación social frente a este problema?
R.- La situación se puede revertir, valorando realmente a las personas mayores, es decir, considerando no solo lo que han aportado sino lo que pueden aportar en un futuro. El capitalismo ha conllevado a un énfasis en la faceta productiva del individuo, esa característica de este modelo económico conlleva que la etapa de la vida en la que no se es “productivo” (al menos no como se entiende forma ortodoxa) no tenga la misma consideración que otras etapas de la vida (como la juventud o la edad adulta). En los tiempos actuales, se dan situaciones enormemente paradójicas, por un lado, se estigmatiza sutilmente a las personas mayores, echándoles la culpa de la “quiebra” del sistema sanitario (por ser sus mayores frecuentadores) y del sistema de pensiones (por el aumento de esta población) y por otro, se silencia la gran labor social y económica que hacen cuando dos millones de personas mayores en España cuidan, en mayor o menor medida, a sus nietos/as, posibilitando que sus hijos/as puedan trabajar de forma remunerada. Hay una intencionalidad para subrayar y enfatizar los “gastos” (que en realidad no son tales, pero eso es otra discusión) que generan las personas mayores y ocultar no solo sus beneficios (el caso de los “abuelos canguro” es muy obvio y muy sangrante) sino las posibilidades que tienen las personas mayores de seguir aportando a la sociedad (a través de su experiencia, sus conocimientos acumulados, etcétera). Por tanto, para revertir esta situación, es necesario que se reduzca la carga negativa con la que se valora y se juzga a las personas mayores y se les pondere de una manera más justa, sin sesgar los análisis, como hasta ahora se está haciendo.
P.- Usted es autor de un estudio que precisamente analiza la incidencia del maltrato en personas mayores. ¿Cómo se manifiesta en estos casos el maltrato? ¿Cuáles son esas señales que nos deben alertar de que existe violencia?
R.- El maltrato a las personas mayores tiene dos vertientes: una vertiente obvia y, más o menos visible o al menos comprensible para los profesionales y la mayor parte de la ciudadanía y otra vertiente que es desconocida para muchos profesionales y para la mayoría de la ciudadanía. La primera vertiente tiene que ver con lo que yo llamo casos extremos, es decir, con aquellos casos de violencia física y negligencia, estos casos son los que aparecen en la prensa escrita y redes sociales y en los que actúa el sistema policial y jurídico. La segunda vertiente tiene que ver con nuestra ideología subyacente que considera al grupo de las personas mayores en una escala inferior a otros colectivos de edad y, también, con una desinformación o falta de preparación para gestionar ciertas enfermedades, como la enfermedad de Alzheimer. Como hago en mis clases, para que no se quede todo en un plano teórico, voy a poner ejemplos para que se entienda bien esta segunda vertiente del maltrato (creo que con la primera no hace falta porque es mucho más obvia). El primer ejemplo que pongo creo que va a ser muy clarificador. Hay personas mayores, especialmente los hombres, para los cuales seguir conduciendo supone algo muy importante en sus vidas, puesto que equivale a autonomía y a autoestima; algunas de estas personas, a pesar de tener ciertas limitaciones, la dirección general de tráfico considera que están capacitados para seguir conduciendo pero los hijos creen que no. Si en este caso, los hijos (como testimonios que yo he escuchado en mis entrevistas para nuestros estudios) deciden quitarles o esconderles las llaves del coche, ¿no estamos ante un caso flagrante de maltrato? ¿no se está incapacitando a una persona que está plenamente capacitada y que además cuenta con el beneplácito de un organismo autorizado?. Se puede entender la preocupación de los hijos ante las limitaciones del padre o la madre, pero en la vida real cuando surgen conflictos entre adultos se negocia y se trata de llegar a un consenso, ¿por qué no explorar esa vía?. Otro ejemplo que voy a poner tiene que ver con la mala gestión de las enfermedades, en este caso la enfermedad de Alzheimer. En un grupo de discusión en una ciudad de Castilla-León, una señora contó que convivía con su madre, que tenía Alzheimer y que, en un periodo de mucha sobrecarga (también tenía dos hijos adolescentes y trabajaba de manera remunerada) la madre se negaba a ir al médico y tenían revisión, no sabía como convercerla, se puso nerviosa, le pegó un empujón a la madre, la metió en el coche y fueron al médico a la fuerza. ¿Es este un caso de maltrato? Si revisamos la literatura científica sobre maltrato, la respuesta es obvia, hay maltrato. Si analizamos con más detalle el caso, nos podemos dar cuenta que el maltrato se produce por una falta de herramientas para manejar este tipo de situaciones. Se puede gestionar estas circunstancias sin incurrir en el maltrato, pero hacen falta herramientas y saber utilizarlas.
Por lo tanto, las señales del maltrato debemos buscarlas más en nosotros mismos que en las propias personas mayores, porque nosotros (y hablo de la ciudadanía en general, incluyendo a los profesionales de la salud) realizamos acciones de maltrato y no somos conscientes de ello.
P.- ¿Puede, de alguna manera, la persona mayor protegerse frente a un posible maltrato?
R.- La mayor parte del maltrato, en un 95% de los casos, se produce en la familia (igual que el maltrato de género o el maltrato infantil), existe el maltrato institucional pero éste es casi residual (en términos porcentuales), ya que esto está en concordancia con el escaso número de personas mayores que viven en instituciones permanentes (en España no llega al 5% las personas mayores de 65 años que viven en residencias). En el caso de las personas mayores (en otros colectivos y casos también) se produce lo que la profesora María Teresa Bazo llamaba la “profecía autocumplida”, es decir, las personas mayores acaban asumiendo las características negativas que la sociedad les atribuye (por ejemplo, se pueden considerar frágiles, decrepitas, cognitivamente inferiores, etcétera). La mejor manera de protegerse frente al maltrato, ya sea éste familiar o institucional (también frecuente y visible), es siendo consciente de sus derechos y no considerarse en ningún momento inferior por tener tal o cual edad. La persona mayor es un ciudadano más con los mismos derechos que el resto. Por lo tanto, las personas mayores no deben asumir nunca que son personas que ya no aportan gran cosa y que solo queda esperar el final, porque esa actitud deja la puerta abierta al maltrato de todo tipo, especialmente al maltrato emocional o psicológico. Las personas mayores deben luchar, en su día a día, para que se les considere como ciudadanos y se les respete, son ellas las que deben alzar la voz y señalar y afear aquellas conductas edaistas, que son muchas y variadas y que, en muchas ocasiones, pasan totalmente por alto.
P.- ¿Qué papel considera que juega la formación de los profesionales –ya sean cuidadores, trabajadores sociales, personal de centros residenciales…– para enfrentarnos a este problema?
R.- El papel de los profesionales es crucial porque muchas veces ellos contribuyen a seguir consolidando las conductas y los comportamientos edaistas. Hace algunos años, en varias comunidades autónomas, se dio formación a los profesionales de salud (especialmente a los enfermeros y médicos de Atención Primaria) para detectar y “tratar” la violencia de género. Este tipo de formación, pero aplicada al maltrato en las personas mayores, es necesaria en los profesionales de la salud , sobre todo, teniendo en cuenta que tanto los/as geriatras como los/as gerontólogos/as son muy escasos en España. El asumir que la infantilización de las personas mayores es un tipo de maltrato, que existe la violencia medicamentosa (por ejemplo, cuando se le suministra a las personas mayores más calmantes de los recomendados para que permita dormir a la familia, sobre todo en las fases de transtronos conductuales de la enfermedad de Alzheimer), que la violencia económica se da en muchas familias, cuando se producen sobornos emocionales para quedarse con parte del patrimonio o de los recursos de los padres, que las personas mayores no pierden el tiempo sino que las actividades que hacen son muy importantes para ellos y por lo tanto, se le tiene que dar la consideración que merecen…Es decir, es muy necesario que los profesionales sociales y de la salud que van a tratar a las personas mayores tengan muy claro que es el maltrato (que se conozcan la literatura científica sobre el tema), y que, en su práctica clínica, no haya ningún atisbo de maltrato (algunas personas mayores me han contado que cuando han ido al médico, alguna de las profesionales que les atienden utilizan el disminutivo para dirigirse a ellos, por ejemplo, en lugar de llamarla Julia, llamarla Julianita; a ellos les parece muy extraño porque ellos tienen un nombre y no se consideran niños para que se utilice un apelativo que, probablemente, en su vida nunca hayan recibido. Es obvio que hay una intención, en ese caso, de ser cariñoso/a, pero el efecto no es ese).
Por lo tanto, la formación a los profesionales sociales y de la salud tendría un doble cometido, por un lado evitar que tengan, en su práctica profesional cotidiana, ningún comportamiento edaista y, por otro lado, que sean capaces de concienciar a las propias personas mayores de su importancia en la sociedad y de no asumir situaciones de maltrato, igualmente, el trabajo con los familiares y la enseñanza de lo que es el maltrato y el perjuicio que puede tener en las personas mayores es también muy necesario.