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Irene Lebrusán / Doctora en sociología e investigadora del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (Cenie)

‘La longevidad nos afecta desde que nacemos, vamos a vivir más y tenemos que prepararnos’

Socializar y planificar para la vejez, el autoedadismo o la responsabilidad social de los cuidados son algunos de los temas que abordamos con la socióloga y experta en longevidad, Irene Lebrusán, la cual lamenta la visión utilitarista y centrada en el mercado laboral de nuestra sociedad, y aboga por promover espacios de encuentro entre las distintas generaciones

Horacio R. Maseda EM 14-05-2024

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Pregunta.- La realidad demográfica actual es que somos más longevos en el tiempo, pero usted dice que, debido al edadismo estructural, no existe una socialización de la vejez. ¿A qué se refiere cuando habla de socializar la vejez?

Respuesta.- A veces confundimos socializar y sociabilizar, pero el primero es un término sociológico que se refiere al aprendizaje de normas. Tenemos una socialización primaria, que es la que se da en las primeras edades y, sobre todo, a través de la familia; después hay otra secundaria que se produce en la escuela y que, de alguna manera, nos prepara para trabajar. Es decir, a lo largo de nuestra vida, desde que nacemos, nos están preparando para tener unas determinadas funciones en la sociedad. ¿Qué sucede? Pues que esa socialización se ha centrado sobre todo en la etapa productiva, es decir, en la etapa laboral. No nos han preparado para lo que sucede cuando esta etapa se termina. Cuando llegamos a la jubilación, entramos en una especie de rol sin rol: nos hemos tirado 60 o 65 años con una estructuración de nuestra vida cotidiana marcada por esas fuerzas exteriores y, de pronto –y aquí es donde entra el edadismo–, nos dicen: ¿Y ahora que hacemos contigo? Lo que se ha denominado tradicionalmente como deseo o sentimiento de desvinculación, y que al principio se decía que era la propia persona la que quería desvincularse, en realidad es un marco social que nos está “invitando” –entre comillas, porque nadie nos obliga– a desvincularnos de determinadas cuestiones. Toda nuestra vida se estructura en cómo de útiles somos para el resto de la sociedad según el marco laboral; y la vejez, que nos une a todos, parece decirnos que ya no servimos. Así que la revolución asociada a la longevidad está en reivindicar y en demostrar que eso no es así.

P.- Una de las grandes pérdidas es que hemos reducido las relaciones intergeneracionales. ¿Estamos aislando a los mayores?

R.- Sí, efectivamente, el edadismo provoca aislamiento y me sorprende que no haya una rebelión por parte de algunas estructuras de la sociedad, ya que esa rebelión solo parece venir del colectivo sénior. Si hablamos del mercado laboral, no deja de sorprender que una empresa pueda tener a una persona empleada durante 30 o 40 años siendo productiva y que, por una cuestión de calendario, digan: hasta aquí. ¿En qué momento se deja de ser productivo? ¿Hay alguna edad en la que dejas de serlo? Por otro lado, y en cuanto a la intergeneracionalidad, parece que asumimos que tenemos apetencias y deseos según nuestra edad, y eso no deja de ser absurdo. Puede que tus ideas sobre el mundo y sobre la vida, o tus necesidades, vayan cambiando con tu ciclo vital, pero eso no cambia la persona que eres. Es decir, confundimos edad con generación y, además, metemos en el mismo saco a todas las personas que tienen más de 65 años. La persona con más edad de España está en lo 114 años, ¿tiene mucho que ver una persona de 67 años y una de 110? No, porque dentro de esa supuesta generación de mayores a la que se hace referencia hay muchas generaciones distintas. También se habla mucho de que hay desacuerdos y enfrentamientos entre las distintas generaciones, y la realidad es que, cuando te pones a investigar, a preguntar a unos y a otros, y a trabajar con los diferentes grupos de edad, esos desacuerdos tan grandes no existen. El problema es que no tenemos espacios en los que poder generar relaciones. Cuando hablas, por ejemplo, con una mujer de 90 años para conocer el machismo que ha sufrido a lo largo de su vida, te das cuenta de que, como mujer, vas a encontrar puntos en común. Al final hay una serie de similitudes que no dependen de la edad, lo que pasa es que no estamos favoreciendo estos espacios de encuentro.

P.- Los prejuicios hacia la vejez no solo se proyectan hacia afuera, sino que también nos autolimitamos al alcanzar ciertas edades. ¿Somos edadistas con nosotros mismos?

R.- Yo hablo de autoedadismo. Cada grupo de edad tiene asociados unos comportamientos que socialmente consideramos legítimos y se produce una gran disonancia cognitiva cuando, por ejemplo, una persona llega a cierta edad y quiere vestir de una determinada manera que, precisamente por su edad, no está bien vista. Tenemos también muy asumido que estudiar, por ejemplo, es algo propio de la juventud, pero ¿por qué no iniciar una carrera con 45 años? En esa etapa, por supuesto, tienes otras obligaciones y necesidades, pero si pensamos en la esperanza de vida, con esa edad a un individuo todavía le queda la mitad de su vida por vivir. ¿Por qué no vas a estudiar otra carrera? o ¿por qué no vas a cambiar de ámbito laboral? Yo entrevisté para mí tesis doctoral y para mi libro a muchas personas mayores y me sorprendía cuando me decían cosas como que eran muy mayores para hacer obras en su vivienda. Yo les respondía que precisamente era en ese momento cuando tenía sentido, por ejemplo, cambiar una bañera por una ducha. De alguna manera, tenemos esas creencias limitantes y tendemos a pensar que, a determinadas edades, perdemos la capacidad de generar nuevo conocimiento y no es cierto.

P.- Tenemos una mayor esperanza de vida y con mejores condiciones de salud, económicas y sociales que nunca, pero ¿estamos preparados para envejecer? ¿Cómo podemos prepararnos para la vejez?

R.- Es la pregunta del millón [risas]. Creo que no estamos preparados para envejecer porque lo asociamos a cuestiones muy negativas. Tenemos sociedades cada vez más longevas, pero es verdad que este cambio se ha producido muy rápido. Por eso, porque es algo muy novedoso, quizá no nos estamos haciendo algunas reflexiones en torno a cómo es esta estructuración por edades de la sociedad. Antes no se esperaba llegar a la jubilación y tener otros 20 o 30 años por delante, es algo nuevo. Lo que reclamaría es una reapropiación de las palabras vejez o envejecimiento, o al menos una resignificación. Envejecer es algo muy positivo porque es lo contrario a morirse, así que bienvenido sea. No obstante, se empieza a ver un movimiento positivo sobre esta etapa, que asegura que las personas mayores tienen mucho que aportar. Los sénior, por ejemplo, son el colectivo que más voluntariado practica. Sin las personas mayores tampoco funcionarían las comunidades de vecinos o sus asociaciones vecinales, en las que hacen una labor donde no hay relevo generacional. Es decir, las personas mayores hacen una función muy útil y observan su espacio de la vejez como una etapa completamente plena. Por otro lado, y de cara a prepararnos para la vejez, habría que poner el foco en cómo nos apropiamos de nuestra etapa vital y cómo luchamos contra el autoedadismo –quitándonos primero los prejuicios y estereotipos de las diferentes edades–. Probablemente, todo empiece por relacionarnos más entre generaciones. La longevidad es algo que nos afecta desde que nacemos, vamos a vivir más y tenemos que prepararnos mejor para estas sociedades y vidas más longevas. Desde un punto de vista individual, tendríamos que cuidar más nuestras relaciones interpersonales y también la perspectiva con uno o una misma, del bienestar propio. Desde el punto de vista estructural, tendemos a idealizar mucho las sociedades pasadas, pero también tenemos algunas cuestiones positivas asociadas a las nuevas sociedades, por ejemplo, la mayoría de nuestras relaciones interpersonales son elegidas. ¿Nos divorciamos más? Esto tiene una connotación positiva, porque también significa que las personas no se quedan en una relación en la que son infelices. Tendríamos que hablar mucho más de qué significa esto de la longevidad y dejar de pensar que la vejez es una cuestión que solo compete únicamente a las personas mayores. También tenemos que favorecer la idea de comunidad, porque le prestamos poca atención a lo que significa relacionarnos y vivir en comunidad.

P.- Estamos en plena transformación del modelo de cuidados y, actualmente, de lo que se trata es de retrasar lo máximo posible la institucionalización. ¿Qué cuestiones clave cree necesarias para mejorar los cuidados?

R.- Hay personas que necesitan cuidados enormes a lo largo de toda su vida y hay otras personas –y la mayoría son mujeres– que cuidan también durante toda su vida. Remarco esto porque, a veces, parece como que solo hablamos de los cuidados a bebes de cero a tres años o de los cuidados a personas mayores, y lo cierto es que, entre medias, también cuidamos a otras personas. Cuando hablamos de cuidados también nos vienen a la cabeza las residencias de personas mayores y, sin embargo, solo el 4% de las personas mayores de 65 años están institucionalizadas. Esta cifra es importante para entender cuáles son las dimensiones reales. No obstante, es evidente que tenemos que revisar el modelo residencial, pero no solo por lo que ha ocurrido durante la pandemia, sino porque es un modelo que no funcionaba de antes y porque los cuidados están completamente desprestigiados, tanto desde el punto de vista de quien los recibe como de quien los realiza. Podríamos hablar de malas condiciones laborales, de desprecio social…, pero la verdad es que hemos convertido los cuidados en una situación de doble vulnerabilidad: la persona que cuida está en una posición vulnerable y, en muchos casos, precaria; y la persona cuidada no recibe los cuidados que merece. En un artículo, reflexioné alguna vez sobre si los cuidados eran una cuestión de amor, porque tendemos a pensar que es así. “Es que ya no queremos cuidar de la familia”, dicen algunas personas, y la realidad es que los familiares no tenemos la capacidad para realizar determinados cuidados. Algunas se ofenden cuando digo esto, pero tú puedes querer mucho a tu padre, madre o abuela, pero eso no significa que tengas los conocimientos adecuados para darle los cuidados que necesitan.

P.- En relación a los cuidados, como dice, la responsabilidad recae siempre en la familia, que parece tener la obligación de cuidar, norma no escrita que puede ser una losa pesada para muchas personas con familiares a su cargo. ¿Qué opina al respecto?

R.- Los cuidados deben ser una cuestión de Estado. Ahora se están haciendo muchos avances en torno a esa idea de la desinstitucionalización y de la atención centrada en las personas, pero debemos detenernos a pensar en qué significa la palabra ‘cuidado’. Todos, en algún momento, hemos necesitado cuidados o los vamos a necesitar y ,cuando eso suceda, quiero que esos cuidados los pueda proveer alguien con los conocimientos suficientes y que cuente con unas buenas condiciones laborales. La calidad de los cuidados ha descendido o es muy baja en algunas residencias porque prima el beneficio económico y eso es vergonzoso. No soy ajena a los problemas de financiación del sector, pero necesitamos más plazas públicas de centros de día, residencias y atención a domicilio. Una cuestión que me preocupa es la externalización de los servicios, porque a veces se paga desde lo público, pero la revisión y el control no se hace desde lo público. Igual que tenemos una prevención de riesgos laborales, debemos controlar también a las personas que ejercen los cuidados de manera profesional. No puede ser que las residencias privadas sean una especie de búnker frente al exterior. Esto es una cuestión de privación de los derechos básicos de las personas que viven ahí. No olvidemos que las residencias tienen un carácter híbrido: son espacios de trabajo para algunos, espacios de visita para otros, pero son espacios de habitar para las personas residentes. Mientras tanto, hay personas que lo consideran un espacio de negocio. Por último, también está la cuestión del servicio doméstico que, a pesar de los avances de los últimos tiempos, que han sido muchos y con reivindicaciones históricas, pasaron más de 30 años sin hacer cambios en su legislación. Tenemos que revisar cuáles son las funciones y condiciones del servicio doméstico, que es a quien recurren muchas personas que no pueden acceder a los servicios de atención a la dependencia.



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