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La ciencia y la medicina avanzan para mejorar la calidad de vida al envejecer

Los expertos califican como exitoso el avance que ha experimentado en las últimas décadas la investigación sobre enfermedades relacionadas con el envejecimiento. Sin embargo, coinciden en que queda camino por recorrer y resaltan la importancia de poner el foco en la prevención. Además, piden más recursos y un trabajo multidisciplinar

Cristina Villanueva 08-11-2021

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La necesidad de fomentar la investigación en el campo del envejecimiento está creciendo en las últimas décadas, motivada sobre todo por al aumento de la esperanza de vida. Basándonos en los proyectos e investigaciones de los últimos años, así como en las comunicaciones de los congresos de primer nivel, los campos más tratados son las cuestiones relativas al aparato cardiovascular, el cáncer, las relacionadas con el deterioro cognitivo y las demencias, así como las que afectan al sistema osteoarticular, incluyendo las caídas. 

Sin embargo, la investigación en estos campos relacionados con las personas mayores encuentra a menudo trabas, como la escasez de medios dedicados a ello, así como a la discriminación con la que se contempla al mayor desde la sociedad.


Según los expertos, la clave para un abordaje adecuado de las enfermedades relacionadas con el envejecimiento es tratar a la persona como tal, no las enfermedades que padece. Leocadio Rodríguez Mañas, director científico del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre Fragilidad y Envejecimiento Saludable (Ciberfes), explica que cuando una persona envejece acumula varias enfermedades. Aparece lo que se llama comorbilidad, pero las enfermedades no se deben manejar como entes aisladas, hay que tratar al paciente, el foco debe estar en la persona, no en la enfermedad. “Los estilos de vida son tan importantes como la enfermedad o más. Hoy en día, sabemos que es peor tener una vida sedentaria que algunas enfermedades. Por lo tanto, es importante mantenerse activo durante toda la vida para poder tener una vejez saludable. Lo mismo pasa con la actividad mental y la nutrición. Si una persona lleva una vida activa, cuida su salud mental y su alimentación, las probabilidades de tener un buen envejecimiento son muy altas. Esto debería tener repercusión en el ámbito de la investigación, pero se sigue trabajando con las enfermedades, no con la autonomía funcional del paciente”, resalta Rodríguez Mañas.

En la línea de impulsar la investigación en la prevención más que en la cura de determinadas enfermedades también se sitúa Arturo Vilches, geriatra y médico consultor de la Salford Royal NHS Foundation Trust, y afirma que “las principales causas de muerte en las personas mayores son las enfermedades cardiovasculares, los cánceres y las respiratorias, pero la mayoría se pueden prevenir. La diabetes, la hipertensión, muchas cardiopatías, todas son propias de los países desarrollados causadas por los estilos de vida. Algunos cánceres, como el de colon, pulmón o los papilomas en las mujeres, todos son propios del envejecimiento, pero evitables. Lo mismo pasa con enfermedades respiratorias como la EPOC y la bronquitis. Por eso, el mensaje que se debe transmitir es que la gran mayoría de estas enfermedades son prevenibles mediante la actividad física y mental, la alimentación variada, baja en productos procesados y azúcares, evitar lo tóxicos, y mantener una vida social activa, además de tener un proyecto de vida”. Por lo tanto, remarca Vilches, “el foco de las investigaciones y los programas deberían dirigirse hacia la prevención y el fomento de estilos de vida saludables”.

Un argumento, el de la prevención, que también defienden desde la Sociedad Española de Cardiología (SEC). “La prevención en el paciente mayor es todavía una asignatura pendiente. Y también hace falta impulsar ensayos que demuestren que los fármacos que previenen dolencias cardiovasculares en la población joven son válidos para las personas mayores. No obstante, estamos avanzando en ese sentido y creo que  cada vez estamos más concienciados de que, además de prevenir en pacientes jóvenes, hay que prevenir en los mayores, puesto que los hábitos y estilos de vida saludables son factores clave en las personas mayores”, señala Ana Anyesta, presidenta de la Sección de Cardiología Geriátrica de la Sociedad Española de Cardiología (SEC).

No obstante, los expertos califican de muy exitoso el avance que ha experimentado la ciencia y la medicina en las últimas décadas, hasta el punto de que se ha logrado curar o cronificar muchas enfermedades que antes eran mortales.


DOLENCIAS CARDIOVASCULARES
Gracias a la investigación, se conocen mucho mejor las causas y consecuencias de las enfermedades cardiovasculares más frecuentes en el paciente mayor, lo que ayuda a su prevención y control, evitando, en muchos casos, la muerte. 

Anyesta explica que este tipo de dolencias se divide en bloques, que son similares a los que afectan a la población de menor edad. Estos son la cardiopatía isquémica, como por ejemplo, la angina de pecho y el infarto de miocardio. Este último es muy prevalente en general en toda la población, pero el riesgo aumenta con la edad. Además, puede cursar con sintomatología típica que muchas veces se confunde en el diagnóstico.
Después estarían los segmentos arrítmicos, el más frecuente en los mayores es la fibrilación auricular, que precisa de una anticoagulación. También, muchas veces se tiende a no anticoagular a los pacientes de más edad por miedo a problemas de sangrado, aunque sabemos que la anticoagulación es beneficiosa 100%.
Otro bloque lo constituye la insuficiencia cardíaca, que es la vía terminal de muchas cardiopatías que, en un momento dado, hace que el corazón fracase y no sea capaz de mantener el riego adecuado que necesita nuestro organismo. Es una causa muy importante de mortalidad en la población mayor, por lo que necesita un adecuado enfoque, entre otras cosas, porque se ve perjudicada por el resto de comorbilidades, como pueden ser la diabetes, la insuficiencia renal y otra serie de enfermedades que exigen tratar al paciente en su conjunto.
Por último, encontramos las valvulopatías, muy frecuentes en los pacientes mayores. En la actualidad, la de más incidencia es la estenosis aórtica severa, de origen degenerativo, es decir, como consecuencia de la edad. Ahora ya tenemos un tratamiento específico que no implica cirugías, la TAVI, que es una válvula que se implanta mediante un cateterismo, un procedimiento que se realiza principalmente en personas mayores, incluso en nonagenarios. 

Otro avance importante, según la doctora Anyesta es que, en los últimos años, se ha innovado con la irrupción de intervencionismos percutáneos que permiten, por ejemplo, corregir una valvulopatía sin necesidad de una cirugía. “Esto es algo que ha evolucionado mucho y también se han ido encontrado terapias que han dado lugar a nuevos fármacos que aumentan la supervivencia y mejoran el diagnóstico del paciente, y  los estamos utilizando en la población mayor. Y, por supuesto, la rehabilitación cardiaca, que se ha demostrado que en los mayores también tiene mucha utilidad”, detalla.

Sin embargo, a su juicio, hay dos asignaturas pendientes en el campo de la cardiología geriátrica: la inclusión de los mayores dentro de los ensayos clínicos y el citado enfoque en la prevención. “Por un lado, es muy raro que haya octogenarios o nonagenarios en estos estudios, aunque es cierto que se está promoviendo la investigación específica, pues cuando salen tratamientos demostrados para alguna enfermedad dirigidos a la población en general, con frecuencia, se busca demostrar si ese tratamiento es igual de válido para la población de más edad”. Por otro, insiste Ana Anyesta, “se debería investigar y trabajar mucho más este ámbito de la prevención, porque todavía tenemos la percepción de que la persona mayor ha llegado al final de su vida y no es necesario que adopten hábitos saludables. Pero sabemos que no es así, está comprobado que el paciente mayor que cuida su salud, que vigila su alimentación, que sale a caminar y que no ingiere alcohol ni fuma, va a tener menos probabilidades de padecer ciertas enfermedades, muchas de ellas de origen cardiovascular, por eso es tan importante impulsar programas de prevención”. 

LA MEDICINA PERSONALIZADA DE AQUÍ A UNOS AÑOS
Respecto al futuro, Anyesta explica que “la investigación cardiovascular camina, como en otros campos, hacia la medicina personalizada. Aunque también hay que resaltar que, en el área de Cardiología, se está viendo un auge muy grande de la genética. Esto es muy relevante porque nos va a permitir tratar a cada paciente con mayor precisión en función de un origen genético de su enfermedad. Pero es algo que todavía está incipiente”.

Por otro lado, la medicina cuenta ya con la asistencia telemática, que comenzó a usarse con frecuencia en la pandemia y “ha venido para quedarse”, asegura la doctora, aunque “en el paciente mayor es algo que hay que perfeccionar y enfocarlo de una manera adecuada para que se habitúen y encuentren las ventajas que ofrece. Y, aún así, si el paciente requiere una asistencia presencial, hay que ofrecérsela”.

EL SÍNDROME DE FRAGILIDAD Y PROBLEMAS ASOCIADOS
La fragilidad es un estadío que suele preceder a la discapacidad. Se trata de una etapa en la que todavía se mantiene algo de reserva funcional, pero en la que se puede identificar al sujeto que tiene riesgo de desarrollar ese deterioro funcional ante determinadas situaciones estresantes: una infección de orina, una gripe, una pequeña caída, etcétera. Por ejemplo, la diabetes, que afecta al 40% de personas mayores de 65 años; las  enfermedades cardiovasculares, que dañan a más del 60% de este grupo de edad; o las renales, que padecen el 25% de los mayores de 65 y el 40% de los de más de 80 años. Además, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) y algunos cánceres conllevan un descenso de la reserva funcional, que se conoce como fragilidad, y en último término –y si no se interviene a tiempo–, desembocará en discapacidad y, finalmente, en muerte.

La fragilidad, a pesar de ser un problema asociado a la edad y que deriva en pérdida de autonomía, no es frecuente llevar un control en las consultas de Atención Primaria. Rodríguez Mañas explica que, “cuando acuden a las consultas los pacientes de más de 70 años y en algunos casos a partir de 60, se les debería medir sistemáticamente si esa persona es o no frágil, porque a partir de ahí se pueden hacer pronósticos sobre el riesgo de que le sobrevengan determinadas enfermedades”. La fragilidad, prosigue Rodríguez Mañas, “hay que medirla a través de una serie de criterios bien establecidos, los más conocidos son los de Linda Fried, aunque también hay otras escalas. Todos están bien validados para detectar la fragilidad, pero hay que medirla, si no es imposible detectarla”.

La medición es importante porque ya hay métodos contrastados para tratar este problema de salud. “Es urgente que estos test se introduzcan en la práctica diaria de las consultas del médico de familia. De hecho, hay un documento que elaboró el Ministerio de Sanidad en el año 2014 sobre fragilidad en el que se hace una recomendación explícita para Atención Primaria”, explica Rodríguez Mañas. Sin embargo, lamenta, “ese documento, que se basaba en la detección y tratamiento de la fragilidad y el riesgo de caídas, se ha implantado de forma muy asimétrica en las comunidades autónomas. En algunas está más desarrollado que en otras. Hace un año se actualizó y aprobó el texto revisado, pero se necesita más compromiso por parte los Gobiernos regionales para implantarlo en todo el territorio”. 

Respecto a los tratamientos, Rodríguez Mañas afirma que, actualmente, no hay fármacos para tratar la fragilidad, aunque sí se investiga bastante en este campo. “Se han probado varios tipos, pero los resultados no han sido satisfactorios. Sin embargo, sí están totalmente comprobados los beneficios de los programas de actividad física. El estudio Midfrail fue un hito importante en la investigación sobre fragilidad. Implicó a más de 1.000 pacientes y profesionales de 75 centros sanitarios de siete países europeos y fue el primer ensayo clínico a gran escala que evaluó el efecto de la actividad física, la educación y la modificación de los objetivos terapéuticos en personas mayores con diabetes”. Este programa, Midfrail, asegura el doctor, “refleja que realizar sesiones de ejercicio de 45 minutos dos veces a la semana durante 16 semanas es suficiente para mejorar la condición funcional de personas mayores frágiles o prefrágiles, con alguna enfermedad como la diabetes, por ejemplo”.
En este sentido, en opinión de Rodríguez Mañas, los estilos de vida que promueven la actividad física y que evitan el sedentarismo son la mejor forma de prevenir la fragilidad.

Respecto al futuro de la investigación en este campo, el doctor afirma que debe centrarse en el impacto de la enfermedad sobre la autonomía personal, “porque lo importante a investigar no es la enfermedad si no la función. El foco sigue poniéndose en la enfermedad, y ante el aumento de la esperanza de vida y puesto que la idea es vivir esos años libres de dependencia, es un gran error estratégico”. Hay que investigar, subraya, “sobre las causas de pérdida de autonomía funcional a medida que las personas envejecen. Si se vive más años, pero con una dependencia y mala calidad de vida, no es muy alentador. Por lo tanto, el trabajo futuro debe poner el foco en descubrir cómo conseguir que esos años de más que hemos ganado, tengan calidad. Aún no se sabe por qué se produce la pérdida funcional ni como evitarlo, por lo tanto esta es la clave: saber cómo dar calidad a los años que vivimos cuando envejecemos”.


ENFERMEDADES NEUROLÓGICAS
Desde el punto de vista neurológico, los grupos de enfermedades más graves que afectan a un buen envejecimiento son los cuadros de deterioro cognitivo, las demencias y las de origen vasculares, es decir, los ictus. José Miguel Laínez, presidente de la Sociedad Española de Neurología, destaca el aumento de las personas con demencia, sobre todo la de tipo Alzheimer. “Evidentemente, las cifras de demencia son uno de los grandes problemas de la Neurología. En estos momentos, en España, hay entre 800.000 y 850.000 pacientes con Alzheimer y estas cifras se podrían duplicar en el año 2050. ¿Por qué? Pues, porque el avance de la expectativa de vida es bueno, pero tiene un inconveniente: las demencias, y el Alzheimer en particular, van ligadas fundamentalmente a la edad y si esta va aumentando, también lo hace la frecuencia de las enfermedades neurodegenerativas. A los 65 años, a un 4%; a los 80, a un 8%; a los 85 años, a un 16%; a los 90, a un 32%, hasta llegar a casi un 50% en edades avanzadas”. Por lo tanto, señala Lainez, “si crece la progresión al aumentar la edad de la población, se incrementa la probabilidad de tener alguna de estas dolencias”.

La parte positiva es que la ciencia ha avanzado mucho en este campo y lo ha hecho en dos sentidos: en la investigación de su origen y causas, y en la prevención. Laínez señala que, en los últimos años, se ha demostrado que el Alzheimer se ha retrasado en su evolución, es decir, que no aparece tan pronto. “Con medidas de prevención somos capaces de retrasar la aparición y ese debe ser nuestro objetivo fundamental, por supuesto, unido a lograr un diagnóstico temprano y un tratamiento eficaz. Con el diagnóstico temprano clarísimamente hemos mejorado muchísimo, ahora, en un futuro paciente de Alzheimer, podemos predecir los síntomas importantes que tendrá hasta diez años antes de que aparezca la enfermedad, aunque todavía no disponemos de terapias muy eficaces, pero sí disponemos de algunos métodos efectivos que retrasan el avance de estas dolencias”.

Por lo tanto, insiste el presidente de la SEN, “desde la medicina preventiva tenemos que contemplar todos los factores de riesgo. El ejercicio físico es fundamental, junto con el ejercicio intelectual y social, es decir, ejercitar el cuerpo, la cabeza y las relaciones sociales. Por otro lado, debemos controlar todos los factores de riesgo como los vasculares, la diabetes, la hipertensión, el colesterol, etcétera”.

Respecto a la situación actual de la investigación en el campo de la Neurología, los científicos coinciden en que hay progresos muy significativos. Ana Martínez Gil, investigadora del Instituto de Química Médica del CSIC, señala que una de las líneas de investigación más importantes es que se están diseñando test de diagnóstico que van a medir el beta amiloide en sangre desde etapas muy tempranas: “Esto es relevante, porque cuando alguien presenta síntomas de una enfermedad neurodegenerativa, sabemos que las neuronas se han empezado a morir entre 15 y 20 años antes. Y también se ha comprobado que cuando el beta amiloide está alto en plasma 15 o 20 años antes, sí que tiene correlación con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer. Por lo tanto, detectar este factor de riesgo de forma precoz es importante. Si somos capaces de determinar el beta amiloide, que es un neurotóxico, a los 20, 30 o 40 años en un análisis de sangre, podemos poner un tratamiento para bajar esos niveles y prevenir la neurotoxicidad en los 50, 60 o 70 años. Esto está en marcha y, desde mi punto de vista, creo que es un avance en el que vamos a tener mucho éxito”.

Martínez Gil también se muestra optimista sobre el futuro de las investigaciones con nuevos fármacos. “Hemos aumentado nuestro conocimiento y no solo estamos intentando frenar la neurodegeneración, sino que también hemos avanzado en la búsqueda de medicamentos que aumenten nuestra reserva cognitiva, es decir, estimulen los procesos de neurogénesis endógena, que se ven dañados con la edad. Todos tenemos un mecanismo de reparación endógeno y, a medida que cumplimos años, se va quedando más lento. Nosotros estamos buscando fármacos que puedan aumentar esa neurogénesis y favorezcan los procesos de memoria”, afirma. También, indica Martínez Gil, “investigamos con fármacos antienvejecimiento, que eliminen de nuestro organismos aquellas células afectadas por la senescencia, que se están deteriorando de forma temprana y  mandando señales al resto del organismo para que envejezca. De hecho, ya se han realizado varias investigaciones de los procesos de regeneración de las células madre no solo neuronales, sino también de los huesos, por ejemplo, para mejorar problemas como artrosis”. 

Para dar forma a todo este avance, acaba de crearse el del Centro Internacional de Neurociencias Cajal –detalla la investigadora–, una plataforma multidisciplinar impulsada por el CSIC, que surge con el objetivo de convertirse en una referencia para grupos de investigación españoles e internacionales y en donde trabajarán, fundamentalmente, en áreas como el desarrollo y la fisiología del cerebro, el envejecimiento cerebral, el uso de la neurociencia computacional o el diseño de fármacos nuevos y mejor administrados.

EL FUTURO DE LA NEUROLOGÍA
El presidente de la SEN afirma que, en España, el futuro es prometedor. “La neurología española en este momento, a nivel clínico, está en el primer nivel mundial, no hacemos nada inferior a lo que pueda hacerse en el panorama americano o europeo. Aunque es cierto que nos hace falta dedicar más recursos a la investigación, tanto económicos como humanos, porque tenemos demasiada presión asistencial y esto resta tiempo para dedicarse a la investigación, lo cual sería muy deseable”. Los neurólogos en muchos hospitales, remarca Lainez, “tienen una carga asistencial que ocupa el 100-120% del día, con lo cual no se puede investigar y esto es un problema importante de cara al futuro. Por lo tanto, necesitamos más recursos y más personal que pueda compartir su tiempo en tareas asistenciales y tareas de investigación”. 

En la misma línea, Martínez Gil también reclama más inversión: “La pandemia ha puesto de relieve que los investigadores son importantes. La sociedad y el país avanzan con la investigación y con inversión es esas investigaciones, por eso deben aumentarse los presupuestos en este campo, pero de forma estable, que no dependan de las Administraciones. Hay que destinar una parte más grande del PIB a la investigación, porque se necesitan fondos para avanzar”.

Por su parte, el neurobiólogo y profesor de Investigación del Instituto Cajal (CSIC), Javier DeFelipe, apuesta por el abordaje interdisciplinar. “El  trabajo en laboratorios aislados será cada vez menor. Un aspecto que es muy importante es que los datos que se obtengan estén disponibles para todos los científicos, incluyendo los datos en bruto sin procesar. En este sentido, hay que desarrollar métodos que nos permitan a los científicos acceder a toda esa información que se genera en todo el mundo y darle valor. Por lo tanto, el futuro es el abordaje interdisciplinar y colaboración entre grupos”, señala. 




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