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El Faro de Carrakuca

Atar o no atar

14-06-2012

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Llevo semanas observando, atónito, el revuelo que se ha montado a consecuencia de la salida en prensa de un informe elaborado por parte del equipo inspector de Bienestar Social de Catalunya sobre el uso de sujeciones físicas en residencias de personas mayores.
Los comentarios descalificadores hacia el mismo por parte de asociaciones de directores de centros, de médicos, e incluso de algún experto no se han hecho esperar. Puedo entender las reacciones, el malestar generado… pero los argumentos esgrimidos en contra no me convencen.
Las cifras que se presenta este informe  son similares a otros estudios sobre la prevalencia de sujeciones en residencias españolas, dan cuenta de nuestra realidad: un modelo de residencia obsoleto, basado exclusivamente en la seguridad, que no se ajusta a lo que las persona mayores queremos para vivir y ser cuidadas y con una escasa cultura de protección de los derechos de las personas.
Que en España tengamos una cifra muy superior de personas “atadas” en residencias (las estadísticas señalan entre el 20-40% dependiendo del estado mental de la persona), frente a otros países desarrollados (algunos ofrecen cifras inferiores al 5%), tiene que hacernos, al menos, reflexionar.
No creo que nadie discuta que en algunas circunstancias las medidas de sujeción deban ser aplicadas. Por supuesto, correctamente y bajo prescripción facultativa. Pero porcentajes tan elevados y tan distanciados de otras realidades sociales solo puede tener un significado: que no estamos haciendo las cosas bien.
Animo a que nos elevemos de esta batalla mediática y a no  quedarnos en el dato, en la anécdota, que vayamos al fondo del asunto. Las residencias (lo veo a diario cuando visito a mi amigo Blas) necesitan un profundo cambio, un cambio de cultura donde el uso/no uso de contenciones es solo un signo. Porque cuando la atención evoluciona y se entiende de otra manera se buscan otras alternativas. El problema lo tenemos, no cuando ante un caso optamos por atar o desatar, sino  cuando la sociedad (las personas, sus médicos, quienes cuidan) ven normal un  uso tan extendido de estas medidas, que por muy indicadas que estén, suponen una clara restricción de la libertad.
Ya no sirve el argumento de que son medidas terapéuticas. También lo fueron durante muchos siglos los grilletes y cadenas para los enfermos mentales… y las cosas, y los criterios médicos, afortunadamente cambiaron. Tampoco podemos pensar que estas medidas son inocuas; cuando son impuestas suelen generan gran malestar en las personas, e incluso  en ocasiones,  en vez de proteger se ha visto que son las causa de accidentes  e incluso de muertes (asfixia, muerte súbita…).
Ojala todos los equipos inspectores de nuestro país tuvieran tan claro que la calidad de la atención no solo tiene que ver con el metro cuadrado. Ojala el papel orientador de la inspección fuera la tónica y entendiera que la esencia de la calidad está en las prácticas cotidianas asistenciales respetuosas con la dignidad y derechos de las personas. Mi enhorabuena a la actitud, a la visión de estos funcionarios y a su  valentía al  señalar lo que debe ser mejorado en las residencias, aunque a muchos no les guste o les incomode. A mí, como persona mayor y visitante asiduo de una residencia, sí me importa que se informe de la realidad existente. Es el primer paso para cambiarla.


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