Pese a que la brecha digital aumenta la vulnerabilidad de los mayores hacia los bulos y las fake news, esta ‘infodemia’, como la cataloga la OMS, es una problemática que afecta a todas las edades y que no para de crecer
En 2016, el Diccionario Oxford eligió la posverdad como la palabra del año, un neologismo que se refiere a las situaciones en que los hecho objetivos tienen una menor influencia en la opinión pública que los llamamientos a la emoción o las creencias personales. Lo vemos a diario en los debates televisivos y en las intervenciones de la clase política, en las que los datos imparciales o la verdad pierden relevancia en favor de la construcción de un mensaje o un relato más claro y eficaz para el público al que se dirige.
En esta época de posverdad, la vertiginosidad de Internet y las redes sociales han acelerado la proliferación de las llamadas fake news o noticias falsas, bulos que aparentan ser información, que se difunden con gran rapidez y que provocan un peligroso estado de desinformación constante. Aunque, como advierte Lucía Gómez, miembro de la plataforma Maldita.es –medio sin ánimo de lucro que se dedica a verificar y contrastar información para los ciudadanos–, y encargada de los programas de mayores en Maldita Educa, no deberíamos tan siquiera llamarlas noticias falsas, ya que “las noticias se basan en datos y hechos veraces y, por lo tanto, un contenido falso no puede considerarse noticia”. Además, continúa, “la desinformación y los bulos son un fenómeno que van mucho más allá de un contenido falso que intenta parecerse a una noticia. Puede ser un audio o un mensaje de WhatsApp, un falso sorteo, un intento de timo o una publicación en Facebook”.
Una desinformación especialmente peligrosa es la política o ideológica, subraya Gómez, porque “ataca a colectivos vulnerables –como podrían ser los migrantes– y a las bases del sistema democrático, como ocurrió en las últimas elecciones generales de Estados Unidos y en las de España, cuando desde Maldita.es detectamos decenas de bulos sobre un supuesto fraude electoral”.
Según un estudio en el que participó el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), de media, los bulos reciben un 70% más de retuits que las noticias veraces, a las que les lleva seis veces más tiempo llegar a 1.500 personas. ¿Por qué sucede esto? Según Carlos Mateos, coordinador de #Saludsinbulos, “las noticias veraces no tienen nada sensacional”. En primer lugar, apunta el experto, “están publicadas en muchos sitios. Además, en ellas no se produce un avance espectacular o no se descubre, de la noche a la mañana, el remedio para algo”. En cambio, argumenta Mateos, “los bulos pueden contener toda la espectacularidad y emoción que quieras. Además, son ‘informaciones’ que cuentas tú solo. Es decir, es una exclusiva porque es una invención, y cuando una información proviene de una sola fuente llama más la atención”.
Como decíamos de la posverdad, y sugiere Mateos, recurrir a elementos dramáticos hace que los bulos se propaguen antes. Para Alexandre López-Borrull, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC), “una cosa que se está viendo, y también en la propia retroalimentación de las redes sociales, es que la apelación a la emoción y al miedo es lo que nos mueve a consumir información y a difundirla. Cuando el bulo se refiere a la seguridad, a una catástrofe, a temas de terrorismo o a la Covid-19, entonces corre más rápido que otros. La voluntad de protección y el miedo les hace difundir una información incluso antes de pensar si eso es falso o no. Vemos que en esta sociedad de posverdad la apelación a la emoción es más importante que la apelación a la verdad”.
En esa misma línea opina la periodista de Maldita.es: “Si algo me indigna, aunque sea mentira, es probable que tienda a mostrar ese enfado y a compartir ese contenido”.
Irónicamente, subraya López-Borrull, “el miedo, que ancestral y antropológicamente nos ha salvado, porque nos lleva a tomar decisiones, en este caso nos ha llenado de desinformación”.
LA INCERTIDUMBRE DE LA COVID
El apogeo de la desinformación tiene su explicación en el uso generalizado de los dispositivos móviles, de Internet y de las redes sociales, que han aumentado la velocidad con la que nos comunicamos e informamos. Sin embargo, la actual pandemia de la Covid-19 ha sido otro de los acontecimientos que ha alimentado este tipo de bulos, al aumentar también las horas de uso de este tipo de tecnologías digitales.
Por ejemplo, el 84,6% de los médicos que participaron en la encuesta del IV Estudio de Bulos en Salud-Covid-19 aseguró haber atendido a pacientes preocupados por bulos o fake news relacionados con el coronavirus en 2021. “La pandemia ha conseguido algo que no tiene precedentes en la historia de la humanidad: nunca habíamos tenido tantísima desinformación, de hecho, la OMS lo calificó como ‘infodemia’. Nos encontramos en un momento en el que hay más información falsa que verdadera sobre temas de salud”, destaca el coordinador de #Saludsinbulos.
Las llamadas fake news ya iban en aumento antes de la crisis sanitaria, pero Mateos señala varios factores que las han disparado: “Estamos más pendientes de las redes sociales y pasamos más tiempo viendo contenidos digitales en los medios de comunicación, los cuales siguen teniendo una preocupación enorme por los temas de salud y relacionados con la Covid-19”. Esto da pie a que pueda haber mucha desinformación, arguye Mateos, “porque hay cuestiones de la pandemia que aún no se saben y que se van conociendo poco a poco. Así, los que están en contra de la ciencia, aprovechan para lanzar bulos”.
Por su parte, el profesor López-Borrull explica que hasta ahora, aunque la desinformación era muy importante, se ceñía sobre todo a los procesos electorales –había mucha preocupación en Estados Unidos en torno a las elecciones con Trump, Bolsonaro, el Brexit…–, pero la pandemia trajo un añadido: la incertidumbre. “Por ejemplo, lo que ha pasado con las primeras olas, un momento en el que ni las Administraciones o los científicos sabían las respuestas –en el caso de los científicos, porque su método necesita de más tiempo para llegar a conclusiones– y eso hizo que las teorías negacionistas y conspiracionistas se difundieran, porque estaban llenando un espacio”, subraya.
Es decir, las respuestas de “nos engañan” o “nos quieren poner un chip” llegaron antes que el relato que hoy conocemos. “Cuando aún no había una información oficial contrastada del tipo científico, el vacío se llenó con rumores y bulos por todas partes”, remarca el profesor.
LAS PERSONAS MAYORES, UNA VÍCTIMA PROPICIA
Los bulos suponen un verdadero desafío global, una amenaza de la que nadie está a salvo. Su relevancia está más de actualidad que nunca, por ejemplo, al comprobar el grado de confusión que han generado durante la crisis de la Covid-19, o ahora, tras estallar la guerra entre Rusia y Ucrania, una batalla que se libra en territorio ucraniano, pero que también ha desatado una tormenta de desinformación, con campañas de uno y otro bando en las que las noticias, los vídeos y las fotografías falsas circulan sin control alguno.
Pese a que se trata de una problemática que afecta a todos los grupos etarios por igual, lo cierto es que no todas las victimas cuentas con las mismas herramientas para hacerles frente. Según un estudio de 2020 de la Universidad de Harvard, los adultos de más de 50 años son los que más consumen y difunden bulos, responsables del 80% de su difusión en Twitter. Otro dato: los mayores de 65 leen estos bulos en Facebook hasta siete veces más que otros usuarios de menor edad. “Sabemos que existen diferencias importantes en el impacto de la desinformación según la edad. Hay estudios como el de Eugene Loos y Jordy Nijenhuis, de la Universidad de Utrecht, que señalan que los principales consumidores de bulos políticos en Facebook son personas mayores. También se han realizado investigaciones sobre cómo los mayores de 65 comparten más desinformación que los jóvenes”, señala Gómez.
Pero, ¿por qué este colectivo parece más receptivo a las fake news? Seguramente, expone López-Borrull, “el aprendizaje en relación a los móviles e Internet que han tenido los adolescentes y las personas de mediana edad todavía está llegando a las personas mayores”. Además de esta brecha digital, la educación que ha tenido el colectivo senior en este sentido proviene de medios más tradicionales, “tenían un ecosistema que sabían distinguir y, aun sabiendo los sesgos de cada uno de los medios, podían darles credibilidad. Sin embargo, ahora la propia alfabetización mediática les confunde, no saben si lo que están consultando lo están leyendo en un medio digital o en una red social”. Es decir, remarca el profesor, “no tienen suficientes conocimientos para saber si lo que están leyendo es de un medio nuevo (pero con validez) o se trata de una página con noticias falsas para generar click bait y beneficio económico”.
Un ejemplo habitual que destaca López-Borrull es que una de las redes que más ha hecho en la difusión de bulos y de falsos rumores es Whatsapp, aplicación predilecta para el colectivo senior: “El valor que le da una persona mayor a un contenido que le llega por este canal es mayor. Además, lo recibe de uno de sus contactos y eso le hace bajar la guardia. De alguna manera, confían que aquello que les han enviado ya está verificado”.
La plataforma #Saludsinbulos participa en un proyecto europeo que se llama ‘No Rumour Health’, que ha creado una aplicación cuyo objetivo es precisamente educar a las personas mayores frente a los bulos, y su coordinador cree que hay varias consideraciones que hay que hacer al respecto. En primer lugar, indica, este grupo es el que está “más preocupado por su salud y la de toda su familia. Así que, a través de Whatsapp o Facebook, han estado difundiendo la información que les llegaba a toda la familia”. El problema es que tienen esa preocupación sanitaria, “pero no tienen la conciencia crítica de otras generaciones y no se les ocurre pensar que lo que están viendo o leyendo pueda ser falso”, explica Mateos.
El coordinador de #Saludsinbulos remarca que aunque multitud de ayuntamientos están llevando a cabo muchas acciones con personas mayores y tecnología, las organizaciones deberían incluir el concepto de “ser críticos”, porque es una cuestión de educación. “A parte de esto, también sería necesario realizar campañas de salud pública en las que se les advierta de peligros como los timos, por ejemplo”.
En la actualidad, hay plataformas abiertas como la propia Maldita.es, que además de dedicarse a contrastar información de todo tipo y para todas las personas, a mediados del año pasado se unió a la red de LatamChequea para proporcionar una vía de contacto exclusiva para mayores que quisieran verificar las noticias, ya sean vídeos, imagenes o mensajes. Sin embargo, a nivel individual, y según comenta Gómez, es importante que exista ese pensamiento crítico que apuntaba Mateos y, “antes de compartir algo que nos llega por Whatsapp, observemos si nos están diciendo de dónde sale ese contenido, porque a veces ni siquiera hay un enlace o una fuente”. En caso de que haya alguna fuente, “hay que pensar si podemos fiarnos de ella, si la conocemos, asegurémonos de que ese contenido sea actual y veraz. Si no estamos seguros, lo mejor es no compartir”. De esa forma, incide la periodista, “cortamos la cadena de la desinformación”.
En la misma línea, el profesor de la UOC cree que la clave está en denunciar el bulo o reportar en la propia red social donde lo has visto, “es decir, actuar, no siempre dejar que sean otros”. No obstante, según López-Borrull, a parte de esta acción individual, “tiene que haber una aproximación de los Gobiernos, trabajando junto con las redes sociales”, valorando “los aspectos éticos para que no haya límites que se sobrepasen y para poder atajar el problema”. El profesor advierte sin embargo que “solo con la tecnología no va a ser suficiente, hace falta una intervención humana para decir claramente si un contenido es falso o no”.
DEPURAR RESPONSABILIDADES
Hay diferentes razones por los que se pueden crear bulos y en Maldita.es han localizado tres: “La primera razón y tal vez la más difícil de entender, es la que se hace por pura maldad o divertimento, por el simple hecho de crear contenido falso para ver hasta dónde es capaz de llegar”, asegura Gómez.
Detrás de la segunda opción, añade la periodista, “hay personas que ganan dinero”. Se trata de individuos que elaboran contenido falso buscando el clic en un enlace para conseguir visitas y cobrar por la inserción publicitaria. “Aquí también se enmarcan los intentos de timos online, conocidos como phishing”.
En tercer lugar, señala Gómez, “están los que se fabrican contenido por ideología, para distorsionar la realidad creando un determinado estado de opinión que favorece unas ideas determinadas”.
Estos últimos bulos están a la orden del día, y muchas veces cuentan además con ejércitos de bots en las redes sociales –cuentas que generan mensajes automáticamente– para amplificar un mensaje que puede estar al servicio de una empresa, un Estado o de un partido político, y que son capaces de cambiar el signo de unas elecciones.
Por ejemplo, apunta Mateos, y en relación a la pandemia, “sabemos que el Gobierno ruso tiene ‘granjas’ de bots, con empresas detrás que se encargan de fabricar miles de mensajes a favor de las vacunas rusas y en contra de las occidentales”.
No hace falta irse fuera de nuestras fronteras, en las ultimas elecciones españolas del 10 de noviembre de 2019, se detectaron cerca de 27.000 cuentas en Twitter con estas características. El departamento de Ciberseguridad y Ciberdefensa de la Universidad de Murcia (UMU) analizó sus movimientos y determinó que más del 50% estaban vinculadas a VOX, seguido de Unidas Podemos (20%), PSOE (12%), Ciudadanos (10%) y PP (6%). “En todos los países europeos se están poniendo medidas y propuestas para intentar acabar con las noticias falsas, sobre todo en época de periodos electorales porque pueden actuar con mucha rapidez sobre la opinión pública y cambiar los votos, que preocupa por la desestabilización de la propia democracia liberal”, apunta López-Borrull.
Se conoce el daño que puede ocasionar este tipo de bulos, que en el caso de contenido relacionado con la salud podría incluso cobrarse vidas, pero ¿se están penalizando de alguna manera su elaboración o al menos se están depurando responsabilidades ante los perjuicios que pueden ocasionar? El coordinador de #Saludsinbulos estima que es muy difícil penalizar o frenar la desinformación por motivos legales y de recursos. “Salvo que vendas un producto con alegaciones médicas que no las tiene, en el resto de casos no se puede actuar; y todavía así, es complicado”, comenta. Lo hemos visto en la pandemia, en el caso de la lactoferrina, señala Mateos, “estuvieron vendiéndola durante meses y meses, saliendo en los medios de comunicación, hasta que ya tuvieron alguna denuncia. Mientras tanto, los que la vendían ganaban mucho dinero”. En el caso del MMS, del derivado de la lejía, también ha habido sanciones, “pero se sigue haciendo, es decir, no están siendo eficaces”.
El experto cree que, en muchos casos, los bulos se apoyan solo en una opinión, entrando en el terreno de la libertad de expresión: “Decir que el MMS funciona y que las vacunas no puede crear alarma y puede ser el equivalente a gritar fuego en un cine, pero es muy difícil actuar ante este tipo de declaraciones. No hay una legislación clara, no es fácil saber dónde se alojan los bulos, ya que llegan a través de fuentes anónimas… es muy complicado”.
López-Borrull hace una valoración similar: “Una cosa es pedir a plataformas como Youtube que retire vídeos de falsas curas, otra cosa es que los colectivos médicos expedienten a profesionales por ofrecer remedios que no son tal, y otra es la penalización del bulo por atentar contra la salud pública, y esto último es más complicado”. A veces, continúa, “porque es difícil encontrar la fuente y otras porque no está tan claro saber cuál es, porque son bulos globales”. A la hora de abordar esta problemática, siempre existe diversos agentes: el que ha difundido el bulo, el que lo crea, sus afines, y los que lo viralizan, “¿dónde cortar la penalización?”, se pregunta López Borrull.
Por su parte, la periodista de Maldita.es reconoce que “saber quién es el autor de una desinformación que circula por grupos de WhatsApp es muy complicado y casi nunca podemos llegar a quién envió el primer mensaje”. Sin embargo, señala que es especialmente grave “que un político mienta o comparta bulos, ya que el alcance que tienen sus mensajes es mucho mayor que el de un ciudadano de a pie”.
Gómez también reclama responsabilidad a los medios de comunicación para frenar la desinformación, lo cuales “deberían verificar siempre todo lo que publican, que en realidad es la base del periodismo”.
Detrás de este fenómeno, que desafía a las prácticas democráticas y al derecho de los ciudadanos a informarse, subyace una reflexión en cuanto a la relación que la sociedad contemporánea mantiene con la verdad. “¿Queremos leer lo que valida nuestras ideas y creencias o queremos saber la verdad?”, inquiere López-Borrull. Si algo ataca a nuestros enemigos políticos, “¿lo vamos a utilizar aunque sea falso?”. Para el profesor de la UOC, si pretendemos detener los bulos, “las reglas éticas y deontológicas tiene que estar muy claras”.