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OPINIÓN

¿Una epidemia de soledad... o qué?

Por Maria Ángeles Tortosa, profesora de la Universitat de Valencia, y Gerdt Sundström, profesor emérito de la University of Jönkoping (Suecia)

12-07-2019

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En los periódicos a nivel nacional e internacional, se está escribiendo últimamente sobre una “epidemia de soledad”, y algunas veces sobre el triste encuentro de personas muertas en su hogar después de mucho tiempo. Estos artículos refuerzan un estereotipo común que asocia que los que viven solos, aproximadamente la mitad de ellos personas mayores, se sienten solos. 

¿Existe tal epidemia que justifica estos informes alarmistas? ¿Y qué es la soledad, después de todo? Tenemos que reaccionar ante estos dramáticos informes atendiendo a nuestra experiencia desde la España familística, y la individualista Suecia. Las personas que no están continuamente conectadas y socializando: ¿son víctimas de nuestra insensible sociedad, donde las personas no se cuidan entre sí? La soledad autoelegida se ve como sospechosa o, a la inversa, se eleva a un estado de santidad. 

Hasta hace poco, las personas vivían en casas reducidas, con poca privacidad. Actualmente, tenemos habitaciones individuales donde uno puede cerrar la puerta. Y encontramos numerosas viviendas en las que vive solo una persona y que son relativamente grandes. La mayor parte de quienes viven solos no quieren compartir su casa con hijos, nietos, u otros, porque desean mantener su independencia. Tampoco desean trasladarse al hogar de otros y llegar a ser una carga. La soledad también sucede en reuniones sociales, incluso en matrimonios. De hecho, muchos que cuidan a su pareja enferma afirman sentirse solos. Y entre, aquellos que viven con sus hijos u otros familiares (tal vez obligados), a menudo se sienten solos, como demuestran las investigaciones.

Estigmatizar principalmente a las personas mayores como solitarias no es correcto. La generación más joven es la que se siente como la más sola, según muestran las encuestas realizadas en Estados Unidos, Suecia, España, y otros países. Pero dudamos que este sea el mismo tipo de sentimiento de soledad y se derive del mismo tipo de factores que entre las personas mayores. Estamos, pues, ante un conflicto de conceptos sueltos. 

La mayoría de los mayores nunca se sienten solos; algunos a menudo; y pocos todo el tiempo, según estudios longitudinales realizados en países europeos. Además, las personas mayores en España y otros países del sur de Europa afirman tener más soledad y depresión que las del norte de Europa, como en Dinamarca y Suecia. Sin embargo, existen medidas en marcha contra la soledad en estos países, aunque insuficientes. 

El problema es que, si dramatizamos y ampliamos la soledad más allá de lo razonable, perdemos de vista precisamente a las personas a las que pueden ayudar estas intervenciones. Establecer un ministerio para la soledad, como en Reino Unido, es perder el objetivo. Cuando los gobiernos asumen la responsabilidad de reconducir los sentimientos y dirigen la felicidad de las personas, históricamente esos países han sido lugares desagradables. Todavía hay suficientes deficiencias en los programas públicos de pensiones, viviendas y servicios sociales que merecen más de nuestra atención y pueden ser mejorados, y que indirectamente podrían reducir los efectos del sentimiento negativo de la soledad.


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