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EDITORIAL

El efecto laberinto

Lo pueden leer en este número: el Senado acaba de aprobar la incorporación de la accesibilidad cognitiva dentro de la Ley General de Discapacidad [...]

09-03-2022

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Lo pueden leer en este número: el Senado acaba de aprobar la incorporación de la accesibilidad cognitiva dentro de la Ley General de Discapacidad. Un “gran avance social”, como lo calificó la senadora socialista, Mar Arnáiz, que beneficiará sobre todo a las personas con discapacidad intelectual, con problemas de salud mental, trastornos del espectro autista o con dificultades de comprensión lectora.

No obstante, como siempre sucede en todo lo que tiene que ver con el concepto de accesibilidad universal –y del que, a partir de ahora, la citada ley incluirá también una definición–, la medida repercutirá en las personas mayores que, en ocasiones, cuentan con barreras cognitivas relacionadas con la visión, la audición, la comprensión o la brecha digital.

La accesibilidad cognitiva, de la que se viene hablando cada vez más en los últimos cinco años, no es otra cosa que la condición que deben cumplir los textos y carteles, así como la tecnología o los pictogramas, para que todo el mundo sea capaz de entenderlos.

De esta manera, los ejemplos en la aplicación de esta mejora de accesibilidad irían desde aquellas que buscan una lectura fácil, como puede ser en la propia redacción de los mensajes; los llamados wayfinding (encontrar el camino), con una señalética sencilla; o los nuevos diseños tecnológicos universales, con dispositivos y aparatos electrónicos del entorno urbano menos complejos.

En el caso concreto del colectivo senior, existen instalaciones como las residencias, los centros de día o los hospitales –junto con el resto de recursos de las Administraciones públicas que presten servicio a la ciudadanía– que, además de crear un entorno que mejore la movilidad de las personas, deben diseñar sus espacios y objetos para reforzar su autonomía, seguridad y convivencia dentro de la comunidad.

Por ejemplo, si pensamos en la cartelería, habría que tener en cuenta su ubicación (incluso de la altura) o cuestiones como el tamaño de la letra y de los símbolos, así como un color adecuado para una mejor visibilidad y comprensión. 

El objetivo en este tipo de centros es facilitar la identificación de las diversas zonas, reduciendo al mínimo la deambulación. Además, esto no solo agiliza la movilidad de las personas, sino que aumenta su participación en las actividades del centro.

Para ello, es importante también que los propios profesionales sean distinguibles según sus funciones dentro del centro y a través de su indumentaria.

Por último, y en cuanto a los dispositivos o recursos de apoyo que puedan manejar los mayores, de nuevo es importante, por ejemplo, el tamaño de los botones del ascensor y de otros aparatos electrónicos, dotados siempre de una simbología clara, con la intención de mejorar y facilitar su uso. 
Sin embargo, y como nos recordaba hace menos de un año, en una entrevista a este periódico, Mar Ugarte, adjunta a la Presidencia del Consejo Español para la Defensa de la Discapacidad y la Dependencia (CEDDD) –una de las entidades que más ha hecho por visibilizar esta cuestión en España–, la accesibilidad cognitiva es algo más que un recurso espacial para orientarse. Se trata de “poder elegir cómo y hacia dónde ir en un entorno que te ayuda a moverte o recordar lo que tal vez se te había olvidado”. Es decir, que permite no solo que los espacios actúen como “facilitadores”, sino también como “estímulos neuronales”. 

Pese a este primer paso en el Senado, todavía queda mucho camino por recorrer, asfaltar y señalizar. Aunque empieza a haber iniciativas nacionales que tienen en cuenta esta problemática –por ejemplo, el programa piloto pionero que acaba de anunciar el Principado de Asturias en el centro de día de La Luz, en Avilés–, la accesibilidad cognitiva todavía es un concepto desconocido para la gran mayoría de personas. 

Ahora, y entre todos –instituciones, empresas y asociaciones–, tenemos la oportunidad de replantear los espacios para un futuro que realmente sea amigable con todos. Lo contrario, mirar hacia otro lado o ralentizar este proceso irreversible, es potenciar el llamado ‘efecto laberinto’, concepto que se aplica a los lugares poco accesibles, en los que nos perdemos, y que solo nos llevan a la confusión y al desconcierto.


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