Lavarse las manos con más frecuencia, convivir con la mascarilla o la ausencia de contacto físico con familiares y amigos son hábitos que forman parte de la nueva realidad tras la irrupción de la Covid-19. Estos cambios nos afectan a nivel psicológico y es necesaria una adaptación mental. “Personalmente, siempre he defendido que el ser humano es el que mejor se adapta a su entorno, y efectivamente, la adaptación supone la inclusión de cambios en los organismos frente a una necesidad del ambiente”, explica Jaime Gutiérrez Rodríguez.

El psicólogo especifica que, en los casos asociados a la pandemia, cuestiones como el uso de mascarilla, el teletrabajo o el empleo de los medios digitales para la comunicación entre familiares y amigos “nos influyen en el desarrollo de ciertas conductas y rutinas”, pero a nivel emocional “pueden provocar sensación de aislamiento o soledad no deseada, estrés o incremento de las dependencias, con o sin sustancias, por ejemplo, la propia dependencia a las TIC”. Según Gutiérrez Rodríguez, en situaciones extremas también puede derivar “en un aumento de las reacciones de agresividad e ira, depresión y, en el peor de los casos, ideaciones o intentos suicidas”.

Ana Pilar Rodríguez incide en que nuestras conductas “se han convertido en actitudes de defensa, miedo, vigilancia, agresividad, tristeza, apatía o desconfianza hacia las otras personas”, además de afectar al sueño, provocar ansiedad y trastornos en nuestros hábitos alimentarios, como puede ser la falta de apetito o las ansias por comer. 

La amenaza de contraer el virus también tiene un menoscabo psicológico. “Todo nuestro sistema cuerpo-mente se ha visto afectado por el sentimiento de ser atacados por algo que no tenemos la capacidad de controlar, que nos puede causar la muerte y que, además, su padecimiento discurriría en la más absoluta soledad y alejándonos de nuestro contexto habitual”, señala la directora de AFA Bierzo.

Desgraciadamente, en el caso de las personas mayores con algún tipo de demencia, estos cambios pueden convertirse en daños irreversibles. ”Numerosos estudios evidencian que el confinamiento se ha asociado con un aumento de los síntomas clínicos de estos pacientes, tanto en la esfera cognitiva como a nivel conductual y de la funcionalidad, que se refiere a depender del cuidador para el autocuidado, etcétera”, afirma Maria José Robles. La doctora remarca que son, sobre todo, los síntomas conductuales “lo que predice mayor tasa de progresión de la enfermedad y, en consecuencia, mayor riesgo de ingreso en residencias”.